Sin atender a ruegos, de forma inexorable, se produce la metamorfosis. El narrador pasa a convertitse en el axolotl. Eso tenía que ocurrir, no hubo nada extraño, y todo se produce de forma natural e irreversible. Las frases que hasta ese momento Cortázar había desperdigado como pistas incomprensibles -ahora soy un axolotolt- cobran pleno sentido. Quien nos ha estado hablando desde el principio es un axolotolt con memoria que evoca todo el largo proceso que le ha llevado a convertirse en tal dejando su condición humana. La descripción de este momento decisivo, de ese cruzar la frontera constituye el momento culminante del relato pero el autor argentino, maestro en describir estos saltos del plano de la realidad al plano de lo fantástico, lo hace con sutileza, con precisión, trasladando al lector a ese tránsito mágico con una extraña mezcla de cotidinidad y fantasía:
Sin transición, sin sorpresa,vi mi cara contra el vidrio, en vez del axolotl vi mi cara contra el vidrio, la vi fuera del acuario, la vi del otro lado del vidrio.
Sin transición, sin sorpresa,vi mi cara contra el vidrio, en vez del axolotl vi mi cara contra el vidrio, la vi fuera del acuario, la vi del otro lado del vidrio.
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